viernes, marzo 29, 2024

La fábula de los rectores chiquitos

Érase una vez una Universidad grandota, portadora de una importante tradición centenaria, de hecho, de casi 300 años de existencia. En ella había ocurrido eventos magnánimos, dignos de la magnitud y naturaleza de la historia patria. Su sede principal, un edificio bellísimo, catalogado como uno de los recintos más bellos del planeta en lo que respecta al siglo en que fue construido.

En esa Universidad grandota, también hubo y hay grandes personalidades: filósofos, poetas, humanistas, pintores, científicos; abarcando prácticamente todas las ramas de la ciencia, la tecnología, las humanidades, las ciencias sociales y las artes.

Como es obvio, en su comunidad había muchas personas que aspiraban a dirigir a tan noble institución; pero en esa búsqueda, cuenta la leyenda, se lograron “colar” dos seres infames, que por su dimensión intelectual pigmeica, fueron conocidos como los rectores chiquitos.

El primero, al que los lugareños denominaban como el rector “Encabritante”, se comportaba literalmente como un chivo en cristalería: ajeno a las buenas maneras y al buen entendimiento, provocó una crisis de tal magnitud, que el prestigio de la universidad grandota se puso en entredicho. Comenzó a perder credibilidad en su comarca y en el exterior, y los malos manejos de “Encabritante” llegaron incluso a oídos internacionales.

Así las cosas, el escenario se acomodó para que el segundo de los seres infames mencionados, a quien en esta historia se le conoce como “Peregrino”, engañara a todos y lograra la tan anhelada posición como rector de la universidad grandota; empero, si “Encabritante” era ya una figura chiquita, la de “Peregrino” lo superaba en sentido diminutivo, y con creces.

Para colmo de males, la comarca en la que se encontraba la Universidad grandota se estaba cayendo a pedazos. El señor feudal del pequeño reino era un ser igualmente comodino, anodino y, de hecho, diletante, quien permitió que los cuatreros se adentraran en su territorio, sembrando caos, destrucción y muerte por todos lados, con obviamente la inacción del Marqués de Cuévano, que así es como se llamaba aquella comarca.

Como es de suponerse, la tarea de los rectores de la Universidad grandota no solo es vigilar que se enseñe bien; sino también la de servir de voz a quienes no la tienen, máxime que el lema de la Universidad apela a la Verdad y la Libertad.

Se piensa que en aquella comarca, “Peregrino”, el rector chiquitito, era sólo un vasallo más del Marqués, su señor feudal. Y como confundía su trabajo, con el de “queda-bien” de su señor, guardaba silencio respecto de todo lo malo que había en la comarca: pobreza, desigualdad, explotación, accidentes, homicidios, robos, secuestros y cuanta fechoría pudiera caber en la mente humana.

A tal nivel llegó el escándalo, que “Peregrino”, el rector chiquitito (más aún que “Encabritante”, portador de una visión machista del mundo, le dio cobijo a unos forajidos que se alojaron en sus aulas, y que desplegaron prácticas siniestras acosando y victimizando a sus alumnas. Y no sólo a ellas, también a muchas de las mujeres que ahí laboraban.

“Peregrino” se justificó siempre diciendo que ese “no era su trabajo”; que “habría mejores protocolos”; y que, como un acto de su gentil generosidad, hasta les iba a dar la oportunidad, en delante de las fechorías perpetradas, de dialogar y manifestar lo que a su derecho conviniera.

Así quedaron las cosas, en medio de la oscuridad de un estilo fétido de ejercer el poder en aquella comarca; pero también cuenta esta fábula, que tanto “Encabritante” como “Peregrino”, luego de varios años, en lugar de tener un espacio en la galería de personajes ilustres de la Universidad Grandota, fueron inscritos en las páginas de la que se llamaba, parafraseando a un clásico, la lista de la historial comarcal de la infamia.

Cuenta la fábula que difícilmente se encontrarán dos nombres que mejor se adapten a esa lista, la cual, se inscribirá con letras negras algún día, en las columnas heráldicas de la comarca. Ah, y por cierto, también allí quedarán inscritas las letras del nombre del Marqués, su señor.

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