Hace tiempo, en realidad muchos años que he querido dar mi opinión sobre un tema que ha causado revuelo en los últimos días a nivel local e incluso a nivel nacional, sobre el caso de pederastia presuntamente perpetrado por el sacerdote católico Jorge Raúl Villegas Chávez en agravio de 5 alumnas y alumnos el Colegio Atenas de la Ciudad de Irapuato.
Irapuato es la ciudad que me vio nacer y crecer hasta mi partida a la edad de 18 años, tengo los más bellos recuerdos de mi infancia y mi trayectoria escolar en la que pasé 9 años en el prestigiado colegio Pedro Martínez Vázquez, regenteado como hasta hoy por la orden de los hermanos Maristas y especializado en la educación de varones. El Colegio Atenas, gozaba del mismo prestigio, pero su especialidad era la educación para niñas y señoritas. Nunca entendí claramente el por qué no podía haber niñas en el salón de clases durante los 6 años de primaria. Quizá por eso, al iniciar la secundaria uno de mis principales intereses fue el tener novias y quizá también por eso, me convertí algunos años más tarde en un padre precoz, pero esto es un tema marginal en esta historia.
La educación que recibimos en estas escuelas fue la educación tradicional católica, basada en una férrea disciplina, bajo la máxima: «la letra con sangre entra», que en repetidas ocasiones se manifestaba con castigos corporales (jalones de patillas, insultos y golpes con reglas de madera, etc.), además de disciplinados rezos como parte de la doctrina para expiar culpas y limpiar el alma. El deporte, sin duda y los concursos de poesía y oratoria eran para mí lo más divertido.
Durante esos años se oían cosas en los pasillos y en las aulas tanto sobre las preferencias sexuales de algunos hermanos religiosos y sobre presuntos abusos a niños, nada que para nosotros no fuera más que un mal versado o mal intencionado decir. Sin embargo, a finales de los 80, principios de los 90, los chismes se convirtieron en rumores documentados en el Colegio Pedro Martínez Vázquez. El patrón, el mismo: un religioso católico que se aprovecha de su autoridad académica y moral, así como de su carisma para abusar sexualmente de menores. La reacción de la escuela: la negación y el encubrimiento. La de la comunidad de padres de familia, protegiendo la deshonra aunque el precio fuera la impunidad y el destrozarle la vida a las víctimas.
En realidad yo nunca entendí esta reacción y la repudié, me alejé de la religión y decidí ser abogado para intentar evitar este tipo de injusticias y explorar esas entrañas de un sistema podrido, que provocaba impunemente daños irreparables a niños de carne y hueso como en este caso, con el consentimiento de la escuela y de los mismos padres de familia.
Me parece repudiable y hasta terrorífico, que hoy, casi 30 años después la sociedad irapuatense y sus instituciones sigan en la misma página. Que las instituciones religiosas que se dedican a la educación de niños y niñas continúen sin tomar medidas claras y decididas para evitar ser cómplices en estos casos de pederastia; que los sistemas de educación y justicia sean lentos e ineficientes para hacer frente a esta problemática con celeridad y respeto a los derechos de los niños, niñas y adolecentes.
Quizá lo más impactante es que muchos de los hijos e hijas de la generación que supo de casos similares, prefieran voltear la cara hacia otro lado, como lo hicieron sus padres, quizá hoy abuelos de otras víctimas. Y lo peor, que sigan existiendo individuos, como el padre “Jorge”, que no solo abusan de los cuerpos de los niños o niñas, sino que abusan de lo más sagrado: su inocencia y su fe.
La sociedad irapuatense no puede quedar impávida ante esto, debe gritar, clamar, condolerse y exigir justicia así como cambios inmediatos y reparadores para las víctimas y sus familias. Solo así Irapuato romperá su tan callada como nefasta condena de estar bajo el yugo de la Iglesia y tan lejos De Dios.
**Por José Manuel Ramos Robles, es Consultor Internacional Especialista en Derechos Humanos