Silao, ser periodista es un acto de fe. Creemos en la verdad, en la justicia, en el derecho de la gente a estar informada. Pero aquí, esa fe se paga caro. A algunos nos condenan con la indiferencia, con el hambre, con la marginación. A otros, los matan.
La muerte de Kristian no es solo una pérdida irreparable, es un golpe a todos los que creemos que la información es un pilar de la sociedad. No hay palabras que alcancen para explicar la rabia, el miedo, la tristeza de ver cómo la vida de un periodista se apaga solo porque un día fue incómodo para alguien. En qué momento informar se convirtió en un crimen?
Aquí, en este pueblo que tanto amamos, ser periodista es caminar con el riesgo de no volver a casa. No porque juguemos con el peligro, sino porque el simple hecho de hacer preguntas, de investigar, de contar lo que otros quieren ocultar, nos pone en la mira. Y lo más doloroso es que, para la mayoríaa, nuestra labor no vale nada.
Nos llaman vendidos, nos acusan de querer dinero cuando apenas tenemos para comer. Nos cierran puertas, nos castigan con contratos negados, con convenios miserables. Nos obligan a buscar otras formas de sobrevivir: vendemos cosas, ponemos música en fiestas, pedimos prestado. Porque aquí, en Silao, al periodista se le castiga con el desprecio y, ahora, con la muerte.
Pero seguimos. Seguimos porque creemos en lo que hacemos. Porque el periodismo no es solo nuestro trabajo, es nuestro compromiso con la gente, con la democracia, con la verdad. Y porque sabemos que una sociedad sin periodismo es una sociedad en tinieblas.
Los empresarios, los que dicen apostar por el desarrollo de esta ciudad, deben entenderlo: sin periodismo libre, sin medios que informen sin miedo, no hay progreso, solo simulación. La prensa necesita apoyo, no limosnas. Necesita aliados dispuestos a defender la verdad, porque el silencio es el mejor cómplice de la impunidad.
Kristian no merecía su destino. Ningun periodista debería pagar con su vida el precio de la verdad. Pero su muerte nos deja un mensaje claro: informar en Silao es un acto de valentía, de resistencia. Y hoy, más que nunca, es momento de preguntarnos: ¿cuántos más tendrían que caer antes de que algo cambie?